viernes, 4 de mayo de 2012

Nueva York (Día 3)



Indudablemente hay que decir que Nueva York es una ciudad espectacular en la que hay que disfrutar cada minuto de miles de cosas que ver, sino para muestra un boton:
Nueva York
View another webinar from Jorge Llosa



Pero, hay que decir que lo traíamos en la cabeza a pesar de ciertas reticencias por mi parte. De hecho, me llevé a Nueva York dos polos de manga corta, una camisa y un par de vaqueros. Era nuestro cuarto día de estancia en Nueva York y nos íbamos de compras a New Jersey. El que me conozca sabrá que ir de compras me gusta tanto como a Joe respetar a las mujeres ajenas, pero ahí estaba yo, con una maleta vacía dirigiéndome a uno de los más famosos outlets del mundo: El Woodbury Commons.




Dos horas de autobús separan la Port Authority Bus Terminal de Nueva York (entre la 40 y la 42 st. y las Avenidas Octava y Novena) del coqueto poblacho que conforma el Woodbury Commons. Nuestra idea inicial era llegar sobre las 11 de la mañana para volvernos alrededor de las 4 de la tarde para aprovechar parte del día en la ciudad… así que fieles a nuestros planes abandonamos el Outlet… sobre las 9 y media de la noche en el último autobús del día. Conforme fue avanzando el día nos fuimos volviendo más y más locos hasta el punto que en un momento dado casi tuve que meter mi tarjeta de crédito en una manta ignífuga antes de que echara a arder. Quizás lo mejor es que hubiera ardido porque mi cuenta corriente y la de mis compañeros acabaron peor que Basora después de la “Operación Tormenta del Desierto”.

Cerca de la estación de autobuses un ciudadano afroamericano (un negro vamos), se me acercó y me preguntó si íbamos al Woodbury Commons. Yo le dije que sí y él me dijo que tenían una furgoneta en la que nos llevarían él y un amigo por 10 dólares menos por barba de lo que nos costaría el autobús. En ese momento vi por el rabillo del ojo a Carlos acercarse con ganas de negociar con el tío, así que me apresuré a decirle “No, thank you”. No tenía ganas de pasarme el día del outlet secuestrado por una banda de negros de excursión por el Bronx.
Carlos: “Por cinco dólares menos esos nos llevaban”
Yo: “Mi persona no tiene precio chaval” (Sobre eso discutiríamos días después) 

Llegamos y lo primero que nos llamó la atención es que era algo complicado moverse por allí. No hay, digamos, una ruta. Sí, te dan un mapa, pero al final terminas dando vueltas como un pollo sin cabeza ya que, entre las tiendas en las que quieres comprar y las que vas solo a ver (ya que sus precios son prohibitivos), te tiras todo el día desorientado de acá para allá con la maleta a reventar y con bolsas por todos lados. Puedo jurar que fue el día más estresante que he pasado en años...pero, ¿para qué negarlo?, lo pasamos bastante bien haciendo de marujonas buscagangas.



  
Nos fuimos a un Starbucks a desayunar un delicioso Frapuccino de Mocca, yo con un dulcecito que soy más goloso y estos dos con un bocadillo, que nos daría fuerzas para lo que nos deparara el día. Así y para no ser tedioso con el relato, comenzamos por la tienda de Adidas donde compré unos prácticos calcetines. Luego fuimos a la tienda estrella del día: “Polo Ralph Lauren”. Allí compramos de todo menos zapatos. La dificultad que tuvimos desde el principio fueron las tallas. Estos putos gringos son gigantes. Carlos y yo teníamos que buscar las más pequeña y no había en todos los modelos. Como entrar en los probadores se hacía muy largo, decidimos que era más práctico cambiarnos en los mismos pasillos. Aquello duró lo que tardó uno de los encargados en darse cuenta y venir a echarnos la bronca… pero eso ya sabeis que no amedrenta a un español de pura cepa, y en cuanto se dio la vuelta, allí estábamos otra vez, con el pecho al aire mostrando nuestros encantos a cuanto yanqui pasaba por allí.

            Como país civilizado que se precie, allí estaba todo muy bien organizado. Cogías la ropa, ibas al probador y lo que no te valía lo dejabas en la misma salida de los probadores. Nosotros en cambio, acostumbrados al “estilo Breska" (que dirían en mi tierra) nos cambiábamos en el mismo pasillo y la ropa quedaba...quedaba… bueno, digamos que redecoramos la tienda un poco. A ver, íbamos con prisa y no estábamos para tonterías. Cuando salimos de la tienda unas dos horas después prácticamente habíamos llenado mi maleta.

            Nos fuimos a la tienda de Tommy Hilfiger y el festival siguió. Chaquetas, pantalones, camisas, camisetas… aquello era un no parar. Hubo un momento en alguna de estas dos tiendas en que Carlos y yo elegimos el mismo modelo de camisa. Nos la probamos:

            Carlos: “Pérez, ¿cómo me queda la camisa?”
            Pérez: “Como un guante Carletes”.
            Yo: “¿Y a mí?”
Pérez: “Hombre, a ver, tú eres un poco de hombros caídos, y no tienes tanta percha. A ver, te queda un poco rara”.
            Carlos: “¡¡JA JA JA!!”
Yo (mientras me quitaba la camisa con cara de contrariedad): “Mierda de amigos”.

            Salimos de Tommy y comenzamos a movernos por todas y cada una de las tiendas que conformaban el Outlet. A eso de las 5 de la tarde, decidimos que era hora de alimentarnos. No teníamos hambre ya que la fiebre consumista nos tenía devorados pero considerábamos conveniente coger fuerzas. Ya no sabíamos ni donde llevar tanta bolsa. Comimos una hamburguesa rápida en el McDonalds (primera y última del viaje) y seguimos dándole caña a la tarjeta.

            Fuimos a la tienda de Levi´s. Los 501 estaban a 35 euros así que decidimos comprarnos algunos. 
            Decidimos que era el momento de tirar la casa por la ventana y nos fuimos a la tienda de Todt´s, a comprarnos un buen par de zapatos. Hicimos buenas migas con la dependienta que era muy amable. Los precios de los zapatos no eran precisamente baratos, pero joder, ¡¡eran unos Todt´s!! (nota de autor: antes de ese día no tenía ni puta idea de que esa marca existiera). Como decía: ¡¡eran unos Todt´s!! Estuvimos probándonos varios modelos pero, o bien los que eran de nuestra talla no nos convencían, o bien los que nos convencían no eran de nuestra talla. Finalmente no pudimos llevarnos ¡¡unos Todt´s!!.
           
El Pérez tenía un dilema moral sobre si comprarse una chaqueta de Polo Ralph Lauren (300 euros), una de Prada (450 euros) o una de Ralph Lauren (500 euros). Yo aposté por el de Prada, Carlos por la de Ralph Lauren (como no) y el Pérez… se compró la primera (“Es mucha pasta, chavales”).
En Prada, donde Carlos encontró unos vaqueros que le quedaban aceptables y le rellenaban su diminuto culo (a ciento y pico euros), tuvimos un problemilla con el responsable que creía que le habíamos escondido la chaqueta del Pérez. La discusión con Carlos fue subiendo de tono, hasta el punto en que este le dijo al encargado: “Me parece un trato inaceptable, pienso escribir una carta de queja a sus jefes”. En ese momento me dí cuenta de que empezaba a estar muuuuuuuuy cansado.

            Llegamos a una tienda de una marca americana donde vi una cazadora que me gustaba, pero no estaba convencido de comprarla. -“No sé, no soy mucho de cazadoras”, le dije al Pérez. El Pérez me pasó el brazo por encima del hombro, me miró fijamente y sacando todo su acento sevillano me dijo: -“Cabesssa, una buena ssshaquetita, marca la diferencia entre un tío elegante y uno que no lo es. Quillo, cómprate esa ssshaquetita que ahora tienes que salir al mercao”. Así que me compré la jodida cazadora que, la verdad, me quedaba bastante bien, y a día de hoy no me arrepiento.

            Llegamos a la última salida del autobús, sobre las 9 y media de la noche. Me dolía todo el cuerpo. Cargamos la maleta llena a rebosar y el trillón de bolsas de ropa que no entraron en la maleta y volvimos al hotel. La ropa cubría las tres camas. ¡¡Vaya locura de día!!


                
Estábamos hambrientos. Nos fuimos a cenar a un restaurante llamado Kennedy´s en la 327 W con la 57 St. Según un cartel que estaba allí colgado, fue nombrado mejor restaurante de 2010. Nachos, alitas de pollo, raviolis de langosta, salchichas con puré de patata y tarta de queso (otro éxito en la elección del maestro repostero). Carlos consiguió otro chupito de tequila que entró como un desatascador directo al duodeno. El día no daba para gastar más. Cierto cargo de conciencia se cernía sobre mí pero…¡¡¡era tan bonita mi ropa nueva!!! Y lo mejor, no había ni rastro de "La Maldición de Joe".


Ahora tienes la posibilidad de escuchar esta entrada en forma de relato, algo raro pero bueno.....

Nueva York (Día 2...casi)


Increíble pero cierto. Por primera vez desde que se recordara llegaba un huracán a Nueva York y allí estábamos nosotros para recibirlo. Deberíamos haberlo visto venir, pero esta vez tampoco. Señales había de sobra, pero no les hicimos caso: Joe y la noche blanca del flamenco, la Nikon rota, el chino patinador ostiao, el taxista loco, el terremoto… si es que no aprendemos ná. En ese momento tomamos una determinación: “Chavales, si vamos a morir, hagámoslo con clase”. Y así, comenzamos unos de los días más memorables de nuestra estancia en Nueva York.

            El día no era nada bueno. Estaba nublado y se anunciaba lluvia. Sin desayunar, decidimos salir para ver el edificio por excelencia de la ciudad de los rascacielos: El Empire State Building. Tuvimos suerte y llegamos temprano, evitando las abundantes colas que se forman en el mismo. El ascensor te lleva hasta la azotea principal, que todos podréis recordar en numerosas escenas del cine y la televisión, como en “Algo para recordar” con Tom Hanks y Meg Ryan.




          ¿Bonita eh? Bueno, pues allí la cosa estaba bastante más abarrotada que en la peli pero las vistas para hacer fotos estaban bien. El día, no obstante, empeoraba por momentos. Después de hacernos muchas fotos y dar la vuelta a la terraza, decidimos subir a todo lo alto, donde hay un mirador acristalado que, la verdad, no mejora las vistas de abajo y además no permite hacer fotos buenas de la ciudad. La experiencia nos dejó pasmados como podeis deducir de la postura del Pérez en esta foto.


          
           Subiendo desde la azotea al último piso, Carlos decidió hacer una de las suyas. El ascensor que subía este último tramo era bastante antiguo y tenía una especie de manivela para subir y bajar que manejaba un hábil ascensorista que vestía con su uniforme de época. Carlos se puso a su lado y empezó a insistirle (a darle el coñazo, vamos) para que le dejara manejar el ascensor. Para sorpresa de todos los presentes, el simpático ascensorista confió nuestras vidas en las negligentes y temerarias manos de Carlos, el cual, como era de esperar, atascó el ascensor a pocos metros del piso final. Yo que ya estaba pensando en el desayuno a esas horas, y allí estaba, atrapado en el piso ciento y pico del rascacielos más alto de Nueva York. No sé a quien quería coger por el pescuezo si a Carlos o al ascensorista. Por suerte, este último, consiguió con un golpe de palanquita desatascar el bicho y subirnos a todo lo alto… de nuevo, fotos y para abajo. Pusimos la “X” en “Subir al Empire State Building” y nos fuimos al Starbucks a desayunar que ya era hora.

            Pues bien, estábamos desayunando nuestro delicioso Frapuccino de Moca en el Starbucks cuando observamos una escena digna de mención. En una mesa larga junto a nosotros, una joven Neoyorkina discutía con un grupo de ingleses. He de decir que siempre he querido ver cómo sería una ejecutiva agresiva, pero aquella escena superó con mucho mis expectativas. La muchacha iba con un vestido ajustado con minifalda, tacones altísimos y ni que decir tiene que estaba buenísima. Pero la tía calzaba una mala leche de cojones. No sé cual fue el motivo de la discusión con los ingleses pero les dijo de todo. Entre otras lindezas les dijo que se gastaran allí (refiriéndose a Nueva York) su sucio dinero y que se volvieran de vuelta a su país de mierda. Hay que decir que, aunque no exenta de razón en cuanto a lo que se refiere a Gran Bretaña, le perdieron las formas y la soberbia. No obstante, he de confesar que posteriormente he soñado varias veces con la chica en cuestión. En esos sueños, me ataba a la cama, mientras me decía todas clase de marranadas, para luego…….(Censored).

            Como había empezado a llover, decidimos culturizarnos y nos fuimos en taxi al Museo de Historia Natural. Había mucha cola para entrar, pero a nosotros eso no nos importó, puesto que Carlos se empeñó en colarse. Sí señor, después de gastarnos una pasta inmensa en todo tipo de ropa y comida, el niño se empeñó en colarse en el museo… y lo consiguió. A decir verdad, nosotros lo seguimos. Luego tendríamos nuestro castigo puesto que en la sala donde estaba el dinosaurio más grande del mundo pedían la entrada, la cual lógicamente, no teníamos, así que nos lo perdimos. En cambio, vimos otros dinosaurios más pequeños, fósiles, galaxias, animales disecados, antepasados del hombre… básicamente toda clase de cosas que le pueden gustar a un friki de las ciencias naturales. Yo era más de Sociales, pero bueno, para entretenernos un rato no estuvo mal.

             Parecía que fuera paraba de llover así que nos fuimos de paseo por Central Park que nos pillaba justo enfrente. Estábamos dando el paseo de rigor cuando nos metimos por un caminillo junto a un lago donde había una casetilla cuando, ¡¡Oh, sorpresa!! Se estaba celebrando una boda. Serían no más de 10 personas dentro de la caseta, junto al novio, que esperaban a la novia. Cuando esta llegó, se fue aproximando al improvisado altar mientras (y esto es lo relevante de la anécdota) los invitados cantaban y tatareaban canciones. Nosotros, viniendo como veníamos del país de la Esteban, estábamos presenciando la escena absortos mientras nos imaginábamos como serían nuestras bodas con nuestros colegas cantándonos en el altar.


             Nos habríamos quedado a la ceremonia entera pero la madre de la novia no estaba muy por la labor:

 No la queríamos, pero sí teníamos hambre, por eso nos piramos.

Al otro lado del lago pudimos observar un restaurante encantador del cual, mis compañeros se quedaron inmediatamente prendados: “The Riverboat”. Se trata de un restaurante-muelle que da al lago y que ofrece unas vistas bucólicas del lugar así como una carísima y exquisita comida. La entrada al restaurante fue curiosa. Unos piquetes en huelga no querían dejarnos pasar ya que, al parecer, el restaurante es dueño del zoológico del parque y lo querían cerrar. Nosotros, que teníamos hambre y no conocíamos el zoológico en cuestión ni la problemática que lo rodeaba (y que, en definitiva, nos la sudaba), pasamos ante el abucheo general, si bien Carlos decidió saludarlos jocosamente y aplaudirles, lo cual no ayudó, desde luego, a calmar los ánimos. Un pelirrojo que había por allí nos gritó la frase del viaje: "BOOOOOOOOO!!! You should be ashamed of yourselves!!!". Desde ese momento, cuando queríamos expresar nuestro desagrado con las decisiones tomadas por los demás, lo abucheábamos con el grito de guerra que el pelirrojo nos había enseñado.
Hay que decir que, a pesar de no tratar demasiado bien a los animales del zoo, a nosotros nos trataron de forma exquisita, y eso que el maitre se empeñó en ofrecernos gazpacho. Yo le dije que veníamos de la tierra del gazpacho y que por el precio que quería vendernos un platito de gazpacho mi madre me hacía 100 litros y probablemente más bueno. Al final cedió y nos puso una ensalada de marisco, otra de langosta, unas hamburguesitas y unos entrecots de aupa, todo regado por una riquísima cerveza de malta. El postre no recuerdo que fue, pero la comida fue magnífica. Eso sí, se lo cobraron con creces.









                                                              
                                    
                                               















Había que bajar tan magna comida, así que decidimos darnos un buen paseo hasta la 38, donde estaba el Madison Square Garden. Decidimos bajar por el Upper West Side y la 8th Av., pero Carlos tuvo la ocurrencia de que nos fuéramos pegados por el Hudson. La bajada hasta el río fue infernal sobre todo por el calor y la humedad. Yo no podía sudar más. Miraba al Pérez: -“Un par de graditos más…y en la gloria”. Al llegar al río solo había una autopista así que nos volvimos a la 8va. Llegamos al Madison. Este estaba en obras así que entramos en Macy´s, un centro comercial cojonudo que tiene todo tipo de marcas y aparatos a precios bastante baratos. Como ya le habíamos dado demasiada caña a las compras el día anterior, solo bicheamos un poco, pero yo al final me llevé una tarjeta de memoria a muy buen precio.

Se nos venía la noche encima, pero antes de llegarnos al hotel, nos paramos en el Rockefeller Center, para verlo. Donde en Invierno está la pista de hielo, hay un barecillo con mucho ambiente. En el lugar en cuestión, estos se pidieron un cocktail asqueroso. El cocktail en sí ya estaba salado, pero les pusieron sal en los bordes que iba cayendo dentro. No creo que una copa con agua del Mar Muerto estuviera más salada. Yo, me pedí por vigesimocuarta vez una Vanilla-Coke, pero tampoco la tenían. A lo largo de los días en Nueva York pedimos Coca-Cola de vainilla en innumerables sitios, pero no nos la pusieron en ninguno. Yo desde que vi a Vincent Vega ( John Travolta) pedirla en "Jack´s Rabbit Slims" mientras Mia Wallace (Uma Thurman) se pedía un batido de cinco dólares, siempre quise probarla. Pero en este caso, no hubo suerte.


                                   
                                                 (Lástima que no haya traducción)


Tras varios días llegamos a pensar que era un mito. Pero posteriores indagaciones me han demostrado que no es así:


Anochecía. Estábamos cansados y nos volvimos al hotel. Creíamos que el día no daría para más. ¡¡Qué ingenuos!! Nos esperaba la noche de los 1.000 dólares. Pero esa merece un capítulo propio.

miércoles, 18 de abril de 2012

Nueva York (Dia 1)


Salimos por la mañana hacia el metro que nos llevaría al aeropuerto. Apenas había coches por la Castellana e íbamos hablando de las innumerables chorradas que se nos iban ocurriendo cuando, sin previo aviso algo nos sobresaltó. Un chino con patines se nos iba aproximando por Nuevos Ministerios, cuando, sin razón aparente ni obstáculo natural o artificial que pudiera ocasionarle problemas, se cae delante de nuestras narices. En ese momento, nos miramos los tres y un mosqueo generalizado nos asaltó. Todos, por alguna extraña razón, pensamos lo mismo: Es una señal. Había sido un turbulento verano en mi vida y no siendo ninguno de nosotros supersticiosos, ciertos acontecimientos que me fueron ocurriendo crearon un aura de mal fario (que conllevó ruptura, y lo que es peor, ruptura de mi Nikon incluida). Así, que cuando ya pensábamos que esta había quedado atrás, va el chino y se cae en nuestras narices, en una avenida vacía y a poco más de dos metros nuestro. No era un buen augurio desde luego.

      Al poco tiempo de despegar, nos anuncian turbulencias. Al poco tiempo de anunciar turbulencias, estas llegan, como era previsible. Aquello se movía como la madre que lo parió. En un momento dado, Carlos (que poco antes en su viaje a Roma había superado su aerofobia gracias a un librillo de autoayuda milagroso) me miró con la cara entre verde y amarilla y algo descompuesta, y me dijo con un hilillo de voz y la sonrisa medio torcida: “Tío, Enano, que mala cara tienes”. Era cierto, aunque su cara no era precisamente la de Maverick en "Top Gun". Yo estaba bastante acojonado. Mi cara era el reflejo del alma, y se me venía constantemente el recuerdo del chino allí tirado con cara de no dar crédito de la leche que se acababa de dar, y de cómo habíamos despreciado esa señal y de Joe Stearns y de cómo debía estar descojonándose de la risa tirado en algún campo de cebada del medio oeste americano.

      Al final, la historia acabó bien, se superaron las turbulencias y aterrizamos. Llegamos al control de pasaportes. Todos hemos escuchado alguna vez las historias sobre el control de entrada estadounidense y de cómo a algún que otro bailaor le toquetearon más de la cuenta en dicho control. Pues bien, no puedo negar que íbamos algo sugestionados por el tema. Carlos, pasa. Yo paso. El Pérez…Al cuartito. Veo a uno de los guardias sacar los guantes de latex y meterse detrás de mi amigo…¡¡¡Ay Dios!!!
      Al final, la cosa se queda en anécdota. Al parecer José Pérez es un nombre bastante común entre los hispanos y había como doscientos mil o por ahí en la lista de personas buscadas. Como el Pérez es un buen tío y no lo buscan ni en su casa, se cameló a la de aduanas y lo dejaron salir indemne y con su culo intacto.
      El tema de los taxis en Nueva York es un tema para pararse a hablarlo detenidamente, lo cual no significa que me vaya a parar detenidamente a hablar del tema. Solo una anécdota del viaje al hotel. El taxista que nos llevaba a toda leche entre el tráfico, en una de las numerosas ocurrencias que tuvo al volante, decidió adelantar a un autobús por la derecha, por un carril auxiliar. Lo que el muy cabronazo no vio, era que el carril auxiliar se cerraba progresivamente en una pared. El autobús no frenaba, y el espacio entre el autobús y la pared era cada vez más pequeño. Como queríamos parecer todos muy machos, soltamos una risillas nerviosas entre espasmos, cuando el taxi salió victorioso del envite. Pensábamos en la maldición, y en el Chino y no nos sentimos a salvo hasta que bajamos del taxi con un temblor característico de las rodillas. 

      Hicimos el registro en el Hotel Roosevelt en la 45 con Madison Av., junto a Gran Central Station. Del hotel podemos decir que está muy bien situado y a partir de ahí la valoración va a peor. Algo que se debe saber de Nueva York es que los hoteles son muy caros y, la mayoría, muy viejos. Este hacía honor a ambas características.


      Resulta que los domingos, día en que llegamos, cierran la Avenida Madison al tráfico y montan mercadillos y actuaciones. Lo primero que nos encontramos al salir del Hotel es a un policía comprando Donuts en un puestecillo. -"Definitivamente, esta gente sabe vender sus estereotipos." En Nueva York existen dos tipos de polis: Unos que van de azul oscuro y molan mucho, y otros que van de azul clarito y que son como el jefe Biggum de los Simpsons y no molan nada. El poli que se estaba poniendo como el tenazas de comer donuts era de estos últimos.


      Salimos hacia Central Park, que al ser domingo, estaba hasta la bola. El ambiente era de lo mejor, con gente haciendo deporte, de picnic, conciertos, bailes y…empezó a llover, así que a tomar porculo para casa. Nosotros nos refugiamos donde buenamente pudimos y nos dejaron.

      Cuando paró de llover, bajamos hacia Times Square, donde tras ver el ambientillo característico de la zona nos dimos cuenta de que teníamos mucha hambre. Al poco tiempo, pudimos ver en el horizonte la Fender Stratocaster característica del auténtico New York Hard Rock Café (el nombre mola aún más si lo dices seguido, rápido y con acento americano). Había una cola considerable, así que como auténticos españoles de pura cepa, buscamos un resquicio en la seguridad y allá que nos colamos y nos buscamos un sitio cojonudo en mitad del bar. De pronto apareció un camarero: “Reservation?”. Carlos, rápido como una gacela: “Yes, of course”. Fue el principio de muchas como ya veréis.

      Nos tomamos unas Budweiser con Nachos con Queso. Aquí empezamos a ver un curioso choque cultural con nuestra amada España. En España, la cerveza sale a un euro y en la tapa de aceitunas con hueso y las patatas de paquete aceitosas te pegan la clavada. Aquí te ponen un plato de nachos con queso y judías que te cagas a buen precio, y por las Budweiser te clavan 13 dólares por cada una. El señor y la señora Budweiser debían estar descojonándose de risa a nuestra costa, pero estaba fresquita y servida por un tío simpático con cresta que terminó por hacerse coleguilla nuestro y con el que pasamos un rato agradable.
      Llovía mucho y estábamos fundidos. Nos fuimos al hotel con el convencimiento de que aquello iba a ir a mejor y que el tema chino había pasado a mejor vida. Dormimos como angelitos sin saber que al día siguiente nos despertaríamos con otra señal… y nada agradable.

martes, 17 de abril de 2012

Algo que decir.....


      Dicen que un hombre debe hacer tres cosas en la vida: Tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro. A mis 33 años no estoy ni cerca de hacer ninguna de las tres cosas, de modo que si mi existencia acabara en este momento y tuviera que echar la vista atrás, cualquiera pensaría, basándose en esas tres cosas, que he tenido una vida vacía... Pero nada más lejos de la realidad. Frente a los que piensan esa tontería de que “la vida no se mide por las veces que respiras sino por las veces que te quedas sin aliento…”, creo que cada día nos encontramos con personas que nos demuestran lo contrario y que viven en su día a día con una enorme felicidad. La vida, como tal, se mide por las veces que respiramos. Y solo disfrutando de cada momento que pasamos en ella podremos llegar a quedarnos sin aliento alguna vez que otra. Así, nuestra existencia está marcada por estas personas y personajes  que no merecen ser olvidados y que son únicos e irrepetibles. En este blog os hablaré de estas personas. Personas que admiro, que quiero, que desprecio o que recuerdo. Son personas, en definitiva, que pasan o han pasado por mi vida dejando algo de ellas, bueno o malo, pero que no pasan sin más.

      Por todo, y teniendo en cuenta que nadie estaría lo suficientemente cuerdo para pagar un duro para publicar un libro mío (algo que en ningún caso pretendo ni pretenderé) he decidido escribir unas pocas líneas en este blog cada cierto tiempo para contar esta aburrida historia que es mi vida. Pero, además, pretendo hacerlo, no para el avezado buscador de blogs interesantes, sino única y exclusivamente para mi diversión, lo cual lo hace todo más sencillo. De modo que si esta diversión es compartida, bienvenido. Si no lo es, solo hay que darle a la crucecita de la parte superior derecha .

      De esta forma, iré desgranando como lo que era una monótona pero feliz vida en pareja, acabó en un mini-apartamento de soltero, tras un paso por casa de mi señora madre, y tras alguna que otra aventura en compañía de los mejores amigos que alguna vez hayan existido (aunque en mis relatos a veces no lo parezca). Así, en mis primeras entradas, contaré el viaje que hice a Nueva York el pasado verano en compañía de estos señores, viaje que estuvo salpicado de todo tipo de anécdotas y que intentaré ilustrar con alguna que otra foto.  Más adelante… ya veremos.