viernes, 4 de mayo de 2012

Nueva York (Día 3)



Indudablemente hay que decir que Nueva York es una ciudad espectacular en la que hay que disfrutar cada minuto de miles de cosas que ver, sino para muestra un boton:
Nueva York
View another webinar from Jorge Llosa



Pero, hay que decir que lo traíamos en la cabeza a pesar de ciertas reticencias por mi parte. De hecho, me llevé a Nueva York dos polos de manga corta, una camisa y un par de vaqueros. Era nuestro cuarto día de estancia en Nueva York y nos íbamos de compras a New Jersey. El que me conozca sabrá que ir de compras me gusta tanto como a Joe respetar a las mujeres ajenas, pero ahí estaba yo, con una maleta vacía dirigiéndome a uno de los más famosos outlets del mundo: El Woodbury Commons.




Dos horas de autobús separan la Port Authority Bus Terminal de Nueva York (entre la 40 y la 42 st. y las Avenidas Octava y Novena) del coqueto poblacho que conforma el Woodbury Commons. Nuestra idea inicial era llegar sobre las 11 de la mañana para volvernos alrededor de las 4 de la tarde para aprovechar parte del día en la ciudad… así que fieles a nuestros planes abandonamos el Outlet… sobre las 9 y media de la noche en el último autobús del día. Conforme fue avanzando el día nos fuimos volviendo más y más locos hasta el punto que en un momento dado casi tuve que meter mi tarjeta de crédito en una manta ignífuga antes de que echara a arder. Quizás lo mejor es que hubiera ardido porque mi cuenta corriente y la de mis compañeros acabaron peor que Basora después de la “Operación Tormenta del Desierto”.

Cerca de la estación de autobuses un ciudadano afroamericano (un negro vamos), se me acercó y me preguntó si íbamos al Woodbury Commons. Yo le dije que sí y él me dijo que tenían una furgoneta en la que nos llevarían él y un amigo por 10 dólares menos por barba de lo que nos costaría el autobús. En ese momento vi por el rabillo del ojo a Carlos acercarse con ganas de negociar con el tío, así que me apresuré a decirle “No, thank you”. No tenía ganas de pasarme el día del outlet secuestrado por una banda de negros de excursión por el Bronx.
Carlos: “Por cinco dólares menos esos nos llevaban”
Yo: “Mi persona no tiene precio chaval” (Sobre eso discutiríamos días después) 

Llegamos y lo primero que nos llamó la atención es que era algo complicado moverse por allí. No hay, digamos, una ruta. Sí, te dan un mapa, pero al final terminas dando vueltas como un pollo sin cabeza ya que, entre las tiendas en las que quieres comprar y las que vas solo a ver (ya que sus precios son prohibitivos), te tiras todo el día desorientado de acá para allá con la maleta a reventar y con bolsas por todos lados. Puedo jurar que fue el día más estresante que he pasado en años...pero, ¿para qué negarlo?, lo pasamos bastante bien haciendo de marujonas buscagangas.



  
Nos fuimos a un Starbucks a desayunar un delicioso Frapuccino de Mocca, yo con un dulcecito que soy más goloso y estos dos con un bocadillo, que nos daría fuerzas para lo que nos deparara el día. Así y para no ser tedioso con el relato, comenzamos por la tienda de Adidas donde compré unos prácticos calcetines. Luego fuimos a la tienda estrella del día: “Polo Ralph Lauren”. Allí compramos de todo menos zapatos. La dificultad que tuvimos desde el principio fueron las tallas. Estos putos gringos son gigantes. Carlos y yo teníamos que buscar las más pequeña y no había en todos los modelos. Como entrar en los probadores se hacía muy largo, decidimos que era más práctico cambiarnos en los mismos pasillos. Aquello duró lo que tardó uno de los encargados en darse cuenta y venir a echarnos la bronca… pero eso ya sabeis que no amedrenta a un español de pura cepa, y en cuanto se dio la vuelta, allí estábamos otra vez, con el pecho al aire mostrando nuestros encantos a cuanto yanqui pasaba por allí.

            Como país civilizado que se precie, allí estaba todo muy bien organizado. Cogías la ropa, ibas al probador y lo que no te valía lo dejabas en la misma salida de los probadores. Nosotros en cambio, acostumbrados al “estilo Breska" (que dirían en mi tierra) nos cambiábamos en el mismo pasillo y la ropa quedaba...quedaba… bueno, digamos que redecoramos la tienda un poco. A ver, íbamos con prisa y no estábamos para tonterías. Cuando salimos de la tienda unas dos horas después prácticamente habíamos llenado mi maleta.

            Nos fuimos a la tienda de Tommy Hilfiger y el festival siguió. Chaquetas, pantalones, camisas, camisetas… aquello era un no parar. Hubo un momento en alguna de estas dos tiendas en que Carlos y yo elegimos el mismo modelo de camisa. Nos la probamos:

            Carlos: “Pérez, ¿cómo me queda la camisa?”
            Pérez: “Como un guante Carletes”.
            Yo: “¿Y a mí?”
Pérez: “Hombre, a ver, tú eres un poco de hombros caídos, y no tienes tanta percha. A ver, te queda un poco rara”.
            Carlos: “¡¡JA JA JA!!”
Yo (mientras me quitaba la camisa con cara de contrariedad): “Mierda de amigos”.

            Salimos de Tommy y comenzamos a movernos por todas y cada una de las tiendas que conformaban el Outlet. A eso de las 5 de la tarde, decidimos que era hora de alimentarnos. No teníamos hambre ya que la fiebre consumista nos tenía devorados pero considerábamos conveniente coger fuerzas. Ya no sabíamos ni donde llevar tanta bolsa. Comimos una hamburguesa rápida en el McDonalds (primera y última del viaje) y seguimos dándole caña a la tarjeta.

            Fuimos a la tienda de Levi´s. Los 501 estaban a 35 euros así que decidimos comprarnos algunos. 
            Decidimos que era el momento de tirar la casa por la ventana y nos fuimos a la tienda de Todt´s, a comprarnos un buen par de zapatos. Hicimos buenas migas con la dependienta que era muy amable. Los precios de los zapatos no eran precisamente baratos, pero joder, ¡¡eran unos Todt´s!! (nota de autor: antes de ese día no tenía ni puta idea de que esa marca existiera). Como decía: ¡¡eran unos Todt´s!! Estuvimos probándonos varios modelos pero, o bien los que eran de nuestra talla no nos convencían, o bien los que nos convencían no eran de nuestra talla. Finalmente no pudimos llevarnos ¡¡unos Todt´s!!.
           
El Pérez tenía un dilema moral sobre si comprarse una chaqueta de Polo Ralph Lauren (300 euros), una de Prada (450 euros) o una de Ralph Lauren (500 euros). Yo aposté por el de Prada, Carlos por la de Ralph Lauren (como no) y el Pérez… se compró la primera (“Es mucha pasta, chavales”).
En Prada, donde Carlos encontró unos vaqueros que le quedaban aceptables y le rellenaban su diminuto culo (a ciento y pico euros), tuvimos un problemilla con el responsable que creía que le habíamos escondido la chaqueta del Pérez. La discusión con Carlos fue subiendo de tono, hasta el punto en que este le dijo al encargado: “Me parece un trato inaceptable, pienso escribir una carta de queja a sus jefes”. En ese momento me dí cuenta de que empezaba a estar muuuuuuuuy cansado.

            Llegamos a una tienda de una marca americana donde vi una cazadora que me gustaba, pero no estaba convencido de comprarla. -“No sé, no soy mucho de cazadoras”, le dije al Pérez. El Pérez me pasó el brazo por encima del hombro, me miró fijamente y sacando todo su acento sevillano me dijo: -“Cabesssa, una buena ssshaquetita, marca la diferencia entre un tío elegante y uno que no lo es. Quillo, cómprate esa ssshaquetita que ahora tienes que salir al mercao”. Así que me compré la jodida cazadora que, la verdad, me quedaba bastante bien, y a día de hoy no me arrepiento.

            Llegamos a la última salida del autobús, sobre las 9 y media de la noche. Me dolía todo el cuerpo. Cargamos la maleta llena a rebosar y el trillón de bolsas de ropa que no entraron en la maleta y volvimos al hotel. La ropa cubría las tres camas. ¡¡Vaya locura de día!!


                
Estábamos hambrientos. Nos fuimos a cenar a un restaurante llamado Kennedy´s en la 327 W con la 57 St. Según un cartel que estaba allí colgado, fue nombrado mejor restaurante de 2010. Nachos, alitas de pollo, raviolis de langosta, salchichas con puré de patata y tarta de queso (otro éxito en la elección del maestro repostero). Carlos consiguió otro chupito de tequila que entró como un desatascador directo al duodeno. El día no daba para gastar más. Cierto cargo de conciencia se cernía sobre mí pero…¡¡¡era tan bonita mi ropa nueva!!! Y lo mejor, no había ni rastro de "La Maldición de Joe".


Ahora tienes la posibilidad de escuchar esta entrada en forma de relato, algo raro pero bueno.....

No hay comentarios:

Publicar un comentario