Salimos
por la mañana hacia el metro que nos llevaría al aeropuerto. Apenas
había coches por la Castellana e íbamos hablando de las innumerables
chorradas que se nos iban ocurriendo cuando, sin previo aviso algo nos
sobresaltó. Un chino con patines se nos iba aproximando por Nuevos
Ministerios, cuando, sin razón aparente ni obstáculo natural o
artificial que pudiera ocasionarle problemas, se cae delante de
nuestras narices. En ese momento, nos miramos los tres y un mosqueo
generalizado nos asaltó. Todos, por alguna extraña razón, pensamos lo
mismo: Es una señal. Había sido un turbulento verano en mi vida y no
siendo ninguno de nosotros supersticiosos, ciertos acontecimientos que
me fueron ocurriendo crearon un aura de mal fario (que conllevó ruptura, y lo que es peor, ruptura de mi Nikon incluida). Así, que
cuando ya pensábamos que esta había quedado atrás, va el chino y se cae
en nuestras narices, en una avenida vacía y a poco más de dos metros
nuestro. No era un buen augurio desde luego.
Al poco tiempo de despegar, nos anuncian turbulencias. Al poco tiempo
de anunciar turbulencias, estas llegan, como era previsible. Aquello se
movía como la madre que lo parió. En un momento dado, Carlos (que poco
antes en su viaje a Roma había superado su aerofobia gracias a un
librillo de autoayuda milagroso) me miró con la cara entre verde y
amarilla y algo descompuesta, y me dijo con un hilillo de voz y la
sonrisa medio torcida: “Tío, Enano,
que mala cara tienes”. Era cierto, aunque su cara no era precisamente
la de Maverick en "Top Gun". Yo estaba bastante acojonado. Mi cara era
el reflejo del alma, y se me venía constantemente el recuerdo del chino
allí tirado con cara de no dar crédito de la leche que se acababa de
dar, y de cómo habíamos despreciado esa señal y de Joe Stearns y de cómo
debía estar descojonándose de la risa tirado en algún campo de cebada
del medio oeste americano.
Al final, la historia acabó bien, se superaron las turbulencias y
aterrizamos. Llegamos al control de pasaportes. Todos hemos escuchado
alguna vez las historias sobre el control de entrada estadounidense y de
cómo a algún que otro bailaor le toquetearon más de la cuenta en dicho
control. Pues bien, no puedo negar que íbamos algo sugestionados por el
tema. Carlos, pasa. Yo paso. El Pérez…Al cuartito. Veo a uno de los
guardias sacar los guantes de latex y meterse detrás de mi amigo…¡¡¡Ay
Dios!!!
Al final, la cosa se queda en anécdota. Al parecer José Pérez es un
nombre bastante común entre los hispanos y había como doscientos mil o
por ahí en la lista de personas buscadas. Como el Pérez es un buen tío y
no lo buscan ni en su casa, se cameló a la de aduanas y lo dejaron
salir indemne y con su culo intacto.
El tema de los taxis en Nueva York es un tema para pararse a hablarlo
detenidamente, lo cual no significa que me vaya a parar detenidamente a
hablar del tema. Solo una anécdota del viaje al hotel. El taxista que
nos llevaba a toda leche entre el tráfico, en una de las numerosas
ocurrencias que tuvo al volante, decidió adelantar a un autobús por la
derecha, por un carril auxiliar. Lo que el muy cabronazo no vio, era que
el carril auxiliar se cerraba progresivamente en una pared. El autobús
no frenaba, y el espacio entre el autobús y la pared era cada vez más
pequeño. Como queríamos parecer todos muy machos, soltamos una risillas
nerviosas entre espasmos, cuando el taxi salió victorioso del envite.
Pensábamos en la maldición, y en el Chino y no nos sentimos a
salvo hasta que bajamos del taxi con un temblor característico de las
rodillas.
Hicimos el registro en el Hotel Roosevelt en la 45 con Madison Av.,
junto a Gran Central Station. Del hotel podemos decir que está muy bien
situado y a partir de ahí la valoración va a peor. Algo que se debe
saber de Nueva York es que los hoteles son muy caros y, la mayoría, muy
viejos. Este hacía honor a ambas características.
Resulta que los domingos, día en que llegamos, cierran la Avenida Madison
al tráfico y montan mercadillos y actuaciones. Lo primero que nos
encontramos al salir del Hotel es a un policía comprando Donuts en un
puestecillo. -"Definitivamente, esta gente sabe vender sus
estereotipos." En Nueva York existen dos tipos de polis: Unos que van de
azul oscuro y molan mucho, y otros que van de azul clarito y que son
como el jefe Biggum de los Simpsons y no molan nada. El poli que se
estaba poniendo como el tenazas de comer donuts era de estos últimos.
Salimos hacia Central Park, que al ser domingo, estaba hasta la bola.
El ambiente era de lo mejor, con gente haciendo deporte, de picnic,
conciertos, bailes y…empezó a llover, así que a tomar porculo para casa.
Nosotros nos refugiamos donde buenamente pudimos y nos dejaron.
Cuando paró de llover, bajamos hacia Times Square, donde tras ver el
ambientillo característico de la zona nos dimos cuenta de que teníamos
mucha hambre. Al poco tiempo, pudimos ver en el horizonte la Fender Stratocaster
característica del auténtico New York Hard Rock Café (el nombre mola
aún más si lo dices seguido, rápido y con acento americano). Había una
cola considerable, así que como auténticos españoles de pura cepa,
buscamos un resquicio en la seguridad y allá que nos colamos y nos
buscamos un sitio cojonudo en mitad del bar. De pronto apareció un
camarero: “Reservation?”. Carlos, rápido como una gacela: “Yes, of
course”. Fue el principio de muchas como ya veréis.
Nos tomamos unas Budweiser con Nachos con Queso. Aquí empezamos a ver
un curioso choque cultural con nuestra amada España. En España, la
cerveza sale a un euro y en la tapa de aceitunas con hueso y las patatas
de paquete aceitosas te pegan la clavada. Aquí te ponen un plato de
nachos con queso y judías que te cagas a buen precio, y por las
Budweiser te clavan 13 dólares por cada una. El señor y la señora
Budweiser debían estar descojonándose de risa a nuestra costa, pero
estaba fresquita y servida por un tío simpático con cresta que terminó
por hacerse coleguilla nuestro y con el que pasamos un rato agradable.
Llovía mucho y estábamos fundidos. Nos fuimos al hotel con el
convencimiento de que aquello iba a ir a mejor y que el tema chino había pasado a mejor vida. Dormimos como angelitos sin saber que
al día siguiente nos despertaríamos con otra señal… y nada agradable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario