miércoles, 18 de abril de 2012

Nueva York (Dia 1)


Salimos por la mañana hacia el metro que nos llevaría al aeropuerto. Apenas había coches por la Castellana e íbamos hablando de las innumerables chorradas que se nos iban ocurriendo cuando, sin previo aviso algo nos sobresaltó. Un chino con patines se nos iba aproximando por Nuevos Ministerios, cuando, sin razón aparente ni obstáculo natural o artificial que pudiera ocasionarle problemas, se cae delante de nuestras narices. En ese momento, nos miramos los tres y un mosqueo generalizado nos asaltó. Todos, por alguna extraña razón, pensamos lo mismo: Es una señal. Había sido un turbulento verano en mi vida y no siendo ninguno de nosotros supersticiosos, ciertos acontecimientos que me fueron ocurriendo crearon un aura de mal fario (que conllevó ruptura, y lo que es peor, ruptura de mi Nikon incluida). Así, que cuando ya pensábamos que esta había quedado atrás, va el chino y se cae en nuestras narices, en una avenida vacía y a poco más de dos metros nuestro. No era un buen augurio desde luego.

      Al poco tiempo de despegar, nos anuncian turbulencias. Al poco tiempo de anunciar turbulencias, estas llegan, como era previsible. Aquello se movía como la madre que lo parió. En un momento dado, Carlos (que poco antes en su viaje a Roma había superado su aerofobia gracias a un librillo de autoayuda milagroso) me miró con la cara entre verde y amarilla y algo descompuesta, y me dijo con un hilillo de voz y la sonrisa medio torcida: “Tío, Enano, que mala cara tienes”. Era cierto, aunque su cara no era precisamente la de Maverick en "Top Gun". Yo estaba bastante acojonado. Mi cara era el reflejo del alma, y se me venía constantemente el recuerdo del chino allí tirado con cara de no dar crédito de la leche que se acababa de dar, y de cómo habíamos despreciado esa señal y de Joe Stearns y de cómo debía estar descojonándose de la risa tirado en algún campo de cebada del medio oeste americano.

      Al final, la historia acabó bien, se superaron las turbulencias y aterrizamos. Llegamos al control de pasaportes. Todos hemos escuchado alguna vez las historias sobre el control de entrada estadounidense y de cómo a algún que otro bailaor le toquetearon más de la cuenta en dicho control. Pues bien, no puedo negar que íbamos algo sugestionados por el tema. Carlos, pasa. Yo paso. El Pérez…Al cuartito. Veo a uno de los guardias sacar los guantes de latex y meterse detrás de mi amigo…¡¡¡Ay Dios!!!
      Al final, la cosa se queda en anécdota. Al parecer José Pérez es un nombre bastante común entre los hispanos y había como doscientos mil o por ahí en la lista de personas buscadas. Como el Pérez es un buen tío y no lo buscan ni en su casa, se cameló a la de aduanas y lo dejaron salir indemne y con su culo intacto.
      El tema de los taxis en Nueva York es un tema para pararse a hablarlo detenidamente, lo cual no significa que me vaya a parar detenidamente a hablar del tema. Solo una anécdota del viaje al hotel. El taxista que nos llevaba a toda leche entre el tráfico, en una de las numerosas ocurrencias que tuvo al volante, decidió adelantar a un autobús por la derecha, por un carril auxiliar. Lo que el muy cabronazo no vio, era que el carril auxiliar se cerraba progresivamente en una pared. El autobús no frenaba, y el espacio entre el autobús y la pared era cada vez más pequeño. Como queríamos parecer todos muy machos, soltamos una risillas nerviosas entre espasmos, cuando el taxi salió victorioso del envite. Pensábamos en la maldición, y en el Chino y no nos sentimos a salvo hasta que bajamos del taxi con un temblor característico de las rodillas. 

      Hicimos el registro en el Hotel Roosevelt en la 45 con Madison Av., junto a Gran Central Station. Del hotel podemos decir que está muy bien situado y a partir de ahí la valoración va a peor. Algo que se debe saber de Nueva York es que los hoteles son muy caros y, la mayoría, muy viejos. Este hacía honor a ambas características.


      Resulta que los domingos, día en que llegamos, cierran la Avenida Madison al tráfico y montan mercadillos y actuaciones. Lo primero que nos encontramos al salir del Hotel es a un policía comprando Donuts en un puestecillo. -"Definitivamente, esta gente sabe vender sus estereotipos." En Nueva York existen dos tipos de polis: Unos que van de azul oscuro y molan mucho, y otros que van de azul clarito y que son como el jefe Biggum de los Simpsons y no molan nada. El poli que se estaba poniendo como el tenazas de comer donuts era de estos últimos.


      Salimos hacia Central Park, que al ser domingo, estaba hasta la bola. El ambiente era de lo mejor, con gente haciendo deporte, de picnic, conciertos, bailes y…empezó a llover, así que a tomar porculo para casa. Nosotros nos refugiamos donde buenamente pudimos y nos dejaron.

      Cuando paró de llover, bajamos hacia Times Square, donde tras ver el ambientillo característico de la zona nos dimos cuenta de que teníamos mucha hambre. Al poco tiempo, pudimos ver en el horizonte la Fender Stratocaster característica del auténtico New York Hard Rock Café (el nombre mola aún más si lo dices seguido, rápido y con acento americano). Había una cola considerable, así que como auténticos españoles de pura cepa, buscamos un resquicio en la seguridad y allá que nos colamos y nos buscamos un sitio cojonudo en mitad del bar. De pronto apareció un camarero: “Reservation?”. Carlos, rápido como una gacela: “Yes, of course”. Fue el principio de muchas como ya veréis.

      Nos tomamos unas Budweiser con Nachos con Queso. Aquí empezamos a ver un curioso choque cultural con nuestra amada España. En España, la cerveza sale a un euro y en la tapa de aceitunas con hueso y las patatas de paquete aceitosas te pegan la clavada. Aquí te ponen un plato de nachos con queso y judías que te cagas a buen precio, y por las Budweiser te clavan 13 dólares por cada una. El señor y la señora Budweiser debían estar descojonándose de risa a nuestra costa, pero estaba fresquita y servida por un tío simpático con cresta que terminó por hacerse coleguilla nuestro y con el que pasamos un rato agradable.
      Llovía mucho y estábamos fundidos. Nos fuimos al hotel con el convencimiento de que aquello iba a ir a mejor y que el tema chino había pasado a mejor vida. Dormimos como angelitos sin saber que al día siguiente nos despertaríamos con otra señal… y nada agradable.

No hay comentarios:

Publicar un comentario